26 de abril de 2009

Sobre las categorías y el qué soy

Hace mucho tiempo, yo solía hacerme esa pregunta típica que todos los que no respondemos a eso que llaman “heterosexualidad” alguna vez nos hemos hecho: “¿Qué soy?”. La verdad, para quien tampoco es estrictamente gay, esa pregunta puede resultar perturbadora a morir. Sé que algunos lo deben tener bien definido, puesto que encajan de lleno (o al menos bastante bien) en aquellas categorías en las que hoy por hoy se dividen nuestras formas de vivir la sexualidad. Pero hay una buena parte que se desvive preguntándoselo ante la necesidad de ver dónde es que cuadra: “heterosexual”, “gay”, “lesbiana”, “bisexual”, “transexual”.

Aquí cosas que en algún momento he escuchado: “Bueno, bisexual, bisexual no soy… Porque la verdad me gustan más los chicos”; “Quizás me da curiosidad cómo sería besar a una chica… ¡Pero soy hetero ah!”; “No sé si soy bi, porque es diferente, pues. Un chico y una chica son diferentes”;…

Cuando ingresé a la universidad y conocí al grupo, se hizo popular un término que a fin de cuentas resultó bastante funcional: “heteroflexible”, para referirse a aquel chico o chica que es hetero, pero que se podría “voltear”. Últimamente, un amigo popularizó un término parecido: “homoflexible”, para referirse al gay que, también, podría “voltearse”. Términos van, términos vienen. ¿Realmente necesitamos encajar en algún lado?


Personalmente, llegue a la conclusión de que esas cajitas de categorías exclusivas están demás. Quizás aquello que se expuso en una charla que organizamos el ciclo pasado sea cierto: Lo heterosexual y lo gay son simplemente dos polos ideales, y las personas fluctuamos entre ellos, algunas más cercanas a lo primero, otros a lo segundo, otros en puntos medios.

En todo caso, los que se sienten bien y seguros de qué son sean felices. Y para aquellos que nos gusta complicarnos y preguntárnoslo a cada rato, simplemente vivamos nuestra sexualidad sin presiones, sin cajitas donde encajar, sin prejuicios.