Una corriente de viento le arrancó un papel que llevaba en sus manos, pero por suerte yo lo atrapé. Cuando levanté la vista y la vi, me desconocí por un momento, pero a la vez, me sentí cautivado. Me acerqué a ella con el papel en mano por delante y cuando quise ver de qué se trataba, me lo arrancó sin darme tiempo para reaccionar. La miré. Una sonrisa se abrió paso entre sus rojos y finos labios mostrando lo blanquísimo de sus dientes, una sonrisa que se veía forzada. Alcé la vista y en cuanto ésta se posó sobre sus ojos, olvidé por completo su sonrisa fingida. Eran del color del mar, un azul verdoso profundo que nunca había visto, pero se le veían temerosos, como si ocultaran algo. Unas mechas de cabello le caían cubriendo la frente y parte de su pálido rostro, era teñido, nadie tiene ese tono de rubio naturalmente, o al menos eso creo.
“Gracias.” Me dijo con una voz aguda y apresurada que remarcaba su timidez.
En ese momento, me encantó. Me decidí a presentarme y a tratar de conocerla más, de convertirme en su amigo y si tenía suerte, de ser algo más. Así que le pregunté su nombre.
Su respuesta me sorprendió.
“Óscar. Pero estoy tratando de cambiarlo a Verónica.” Me dijo levantando el papel en su mano, esta vez con una sonrisa natural en sus labios que delataban vergüenza, aún más cuando bajó la cabeza.
“Yo soy Esteban. Mucho gusto.” Le dije cuando noté que se estaba dando media vuelta para irse.
Me miró a los ojos, incrédula.
“Eres el primer hombre que no me insulta, golpea o deja de hablarme después de escuchar eso.”
“Para ser sincero, cuando recogí el papel noté tu manzana de Adán. Así que ya lo sabía.”
“Ah. Sí, sólo me falta pagar esa cirugía.”
Ambos contuvimos la risa.
“¿Y no te molesta?” Me preguntó, aún sin creerme.
“¿Debería?”
Ella rió, y yo me le uní con una sonrisa.
“Lo que sí me sorprendió es que fueras tan honesta de decir que antes eras hombre.” Le dije mientras la contemplaba y sacaba de mi bolsillo un papel y un lapicero.
“Me preguntaste mi nombre y te lo dije.”
Escribí mi nombre y número en el papel y se lo entregué.
“Tengo que irme, me están esperando, pero llámame para salir un día de estos si te parece.”
“Con mucho gusto.” Me dijo al tiempo que guardaba el papel que le di y el que ya tenía en su mano dentro de su cartera.
Me señaló el otro lado de la acera.
“¿Hoy en el restaurante de enfrente a las 8?”
“Claro. Te veo allí sin falta.” Le contesté con entusiasmo.
“Nos vemos entonces.”
Tras decir esto se dio media vuelta y se fue.
Yo me quedé observando sus piernas adornadas sólo por una minifalda mientras ella se marchaba, mientras se me hacía tarde para llegar a mi primera entrevista de trabajo, mientras una única frase se repetía en mi mente: Hoy tengo una cita con Verónica.